El ensayo empieza a las 9. Tengo que
comer algo dejando una hora y media para la digestión y para que mi equilibrio
sea idóneo. Son las seis y media y no he dormido casi nada.
Ella me vuelve loco.
Flexiono la columna hacia atrás y me
doblo sobre el estómago para conseguir ablandar mi cuerpo. Suelto los brazos
como quien se quita un bicho con miedo, pero sigo tenso porque ella me vuelve
loco.
Ayer me llamó para quedar. Hay cosas que
debemos mejorar. Movimientos deliberados y sobretodo conseguir que la emoción
se evidencie, hemos de hacer espectáculo de algo tan intenso como es el amor y
los celos, el odio, la salvaje y exquisita muerte.
El viernes estuve a punto del colapso.
Golpeo recordando, la cabeza contra la pared como castigo a tanto desvarío y a
esta falta de control sobre los pies y las manos, sobre mi lengua que lame cada
soplo con que me calienta al apretarnos.
Cuando llegué la vi sentada en el
banquillo, estaba casi desnuda, se masajeaba las plantas de los pies y los
tobillos, y el pecho caía sobre las piernas con el peso exacto de mi propio
deseo. Decidí mirar hacia el espejo para recuperarme, para reconocerme, para
eliminar todo su fuego de mi estómago.
“
Siga un consejo, no se enamore y si una vuelta le toca hocicar, fuerza canejo,
sufra y no llore, que un hombre macho no debe llorar…”cantaba Gardel y nos
preparamos en esa parte, para seguir bailando como si hubiéramos empezado en la
primera nota. Acordamos comenzar el baile en distintos tiempos de la canción
para saber retomar si nos perdíamos. Desde luego que era el ejercicio que más
me convenía porque yo bailaba perdido siempre.
Le rocé la cintura y ella se volvió con
la boca medio abierta, bajándome la mano por la espalda, con los ojos
entrecerrados muerta de amor (en la óptima interpretación de un profesional),
acercó su frente a la mía mientras que su pie derecho pasaba exactamente, sin
roce, entre los míos y con un violento golpe me desplazó la pierna.
Después trepó sobre mi rodilla y un
balanceo imposible nos hizo parecer uno.
Si alguien me pide que describa ese
momento habría de dirigirme al más erudito psicólogo, al más consagrado
antropólogo, al más brillante poeta y estoy seguro que lo haría de pena sin
sentirlo. Las emociones son indescriptibles, no hay palabra ni forma gráfica
que exhiban exactamente su identidad.
El baile se ha convertido para mí en un
combate, a menudo me reprocha la fuerza innecesaria en algunos pasos. No lo
entiende y yo no puedo explicárselo. El deseo de besarla en cada aproximación
se torna una valentía de gladiador para rechazar mi propio instinto.
Es el olor, el calor de las caderas que
son mías dentro de este contrato mercantil que descarta el desorden. Es la fría
técnica que me recuerda hasta dónde han de llegar mis posibilidades. Es la
valentía con que su presencia se convierte en solo un movimiento.
Sigo como un hipnotizado sus puntos
ilíacos y huelo la nuca que me ofrece en una negación planeada de hembra desdeñosa
y a la vez sumisa.
Me giro tosco, como un dios indignado,
esperando su regreso de un par de metros y ofrezco la boca, perdiendo el beso,
lamentando que solo sea un baile que se queda en la sangre.
Hubo un día hace unos meses, en uno de
esos momentos en los que uno decide tirarse desde el cielo más alto, que estuve
a punto de confesarle mi ambicioso deseo de quererla más allá de lo humano,
había simulado mi actuación cientos de veces en casa. Lo repetí hasta saber de
forma exacta en qué momento debía mover las pestañas…
-…Isabel… no sé si te has dado cuenta de
lo que siento. Creo que es desde el primer día, sí, desde ese día que nos
encontramos en la selección. (Tú movías los pies como si todo lo que te
importara fuese bailar o conseguir un sueldo tirano.
Pasamos el día entero dentro de una
sala, cambiamos de pareja unas doscientas veces, ciento noventa y nueve para mí
fueron huérfanas de pasión, y me maldije por haberme dejado llevar, yo que
sabía exactamente cuál era la radiografía de un tango y sus consecuencias. Yo
que volvía cada noche a casa seguro y desconcertando al amor, porque el amor ya
me esperaba, con la mesa puesta, con la cama blanca y un futuro hambriento).
Isabel… no sé si te has dado cuenta de
lo que siento…
Sobrevoló esta frase mareándome mientras
la miraba, acuchillando mis sienes, sintiendo en la garganta el fuerte golpeteo
del corazón.
Isabel… no sé si te has dado cuenta… que
no sincronizamos la tercera vuelta…
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