25/6/13
UN PEQUEÑO PAÍS OS ESPERA...
Este será el documento que os permitirá entrar a un "pequeño país".. Fontanar, donde podréis disfrutar de una mágica Velada Literaria (y mucho más...) a la luz de su cielo estrellado...
21/6/13
16/6/13
YA QUEDA POCO...
Caño de San Antonio, espacio donde se desarrolla la Velada Literaria
Se va acercando la fecha de la Velada Literaria y las
cabezas pensantes ya están en marcha. Hay mucho que preparar para que la noche
del 6 de julio sea, como la de todas las veladas, mágica. Para conseguirlo
tenemos que “darle muchas vueltas al coco”….no es fácil, creedme, aunque merece
la pena conseguir que todo el público que acude esa noche se sorprenda con una “puesta en escena” diferente cada año.
Y como os decía, para conseguirlo,
además de echarle mucha imaginación, también “echamos mano” de colaboradores
fantásticos que desinteresadamente aportan todo su arte para conseguir hacer de
la Velada algo más…una gala, un festival…literatura, cine, teatro, música….todo ello bien enlazado dentro
de una noche temática que a nadie deja
indiferente.
Os cuento un poquito, solo deciros que esa noche todos seremos
emigrantes en un país que nos acogerá con los brazos abiertos…
Bajo una estrellada noche, comenzaremos l con el estreno del
cortometraje de Ángel Sánchez “Historias de emigrantes”, un pequeño homenaje a
los emigrantes de nuestra tierra. En cuanto a las intervenciones musicales contaremos con La Serrano Blues Band, el Coro “Crescendo” y
cuatro fantásticos músicos que nos
sorprenderán con instrumentos tan mágicos como el Hang, contrabajo, guitarra, fagot...también contamos con la colaboración
de Alex el Zurdo (Vicios caros)…bueno, ¡qué noche nos espera!
La compañía Surterráneo Teatro se encargará de dramatizar
los relatos con el apoyo audiovisual de Francisco Valero. Volvemos a contar con
nuestro incondicional Manuel González en luz y sonido. ….en fin ¡que ya no
cuento más! ¡Ah, sí!, que por supuesto contaremos con la presencia del ganador
de este año, Carlo Garrido, y de los finalistas, de Sergio Generelo, ganador
del año pasado, de Rosa Mª Alcalá, ganadora del primer concurso... ¡ay, que
tendrá la maleta del tío Paco que quien prueba
repite! …. La hora de comienzo: 21,30, pero la de finalización…ni se sabe.
11/6/13
¡GRACIAS IVÁN! ¡GRACIAS CAMBAYÁ!
Cuando estamos inmersos en la preparación de la Velada
Literaria y todo lo que gira a su alrededor…(quién la conoce, lo sabe) o sea,
más liados que un carrete, me llega un relato (porque esto es un relato aunque
no tenga título) que es un relato- regalo que nos hacen Iván Úbeda y que nos anima mucho,
muchísimo, a seguir con este “lío”. Cambayá es el grupo de flamenco-fusión del que forma parte Iván, tiene mucho arte . Supieron dar un toque muy personal, complementando cada relato con sus canciones en la Velada Literaria del año pasado. Me ha gustado mucho como describe el espíritu
y la filosofía del concurso y su Velada, sobre todo cuando dice que “la
Velada se saboreó durante todo el fin de semana”.
Os dejo con sus palabras..¡Iván que grande eres! Grande, no
terrible….bueno….un poco también . ¡GRACIAS Por tus deseos y por esta invitación tan especial!
“Se va acercando la IV Velada literaria de “La maleta
del tío Paco”, y se me van removiendo esos recuerdos, que quedaran siempre en
mi corazón, al tener la suerte de vivir en primerísima persona la velada del
año pasado.
Fue, simplemente, una experiencia de las que te marcan de por vida, tuvimos la suerte de ser invitados para amenizar con una pequeña introducción musical, y una canción entre relato y relato, algo que sin duda nunca olvidare. Aunque siguiera haciendo lo que más me gusta, que es la música, y por muy bien que me fuera, desde luego, ninguna actuación, podrá, ni siquiera, rozar lo que sentí debido al marco incomparable en el que nos vimos envueltos. Todo, fue maravilloso, la entrada en dicho evento, con todo preparado para la ocasión y teletrasportardos a un mundo lleno de sueños. Y como no, tocar para tanta gente, que verdaderamente, sabía apreciar e intuía, que aquellos “músicos callejeros venidos desde Sevilla”, estaban ahí haciendo las cosas de corazón, sin obviar poder tocar debajo del manto de estrellas que ofrece el Fontanar.
Todo empezó viendo el corto del director Ángel Sánchez “La maleta del tío Paco”, seguido con una pequeña introducción por parte de Rosa Nogales Zamora, acordándose de todos, y especialmente a mí, tocándome la fibra sensible en su presentación. Continúo con la lectura de los relatos acompañada por la escenografía sublime del grupo de teatro Malagueño “Bajotierra, teatro”, y fue ahí, cuando si alguien todavía no estaba cautivado por tan linda noche, quedó prendado de ella. Pero ahí no quedo todo, ya que la velada en sí, aunque fuese en esa maravillosa noche del 7 de Julio del 2012, realmente, se saboreó durante todo el fin de semana, con comidas, excursiones y convivencias en general.
Por eso, y muchas más cosas que no degustareis hasta vivirlas, quiero invitar a todo el mundo que pueda, a asistir y dejarse llevar por la magia de Sebas, Rosa, y el Fontanar en general…
Muchísima suerte con la velada de este año…se os echa de menos.
Fue, simplemente, una experiencia de las que te marcan de por vida, tuvimos la suerte de ser invitados para amenizar con una pequeña introducción musical, y una canción entre relato y relato, algo que sin duda nunca olvidare. Aunque siguiera haciendo lo que más me gusta, que es la música, y por muy bien que me fuera, desde luego, ninguna actuación, podrá, ni siquiera, rozar lo que sentí debido al marco incomparable en el que nos vimos envueltos. Todo, fue maravilloso, la entrada en dicho evento, con todo preparado para la ocasión y teletrasportardos a un mundo lleno de sueños. Y como no, tocar para tanta gente, que verdaderamente, sabía apreciar e intuía, que aquellos “músicos callejeros venidos desde Sevilla”, estaban ahí haciendo las cosas de corazón, sin obviar poder tocar debajo del manto de estrellas que ofrece el Fontanar.
Todo empezó viendo el corto del director Ángel Sánchez “La maleta del tío Paco”, seguido con una pequeña introducción por parte de Rosa Nogales Zamora, acordándose de todos, y especialmente a mí, tocándome la fibra sensible en su presentación. Continúo con la lectura de los relatos acompañada por la escenografía sublime del grupo de teatro Malagueño “Bajotierra, teatro”, y fue ahí, cuando si alguien todavía no estaba cautivado por tan linda noche, quedó prendado de ella. Pero ahí no quedo todo, ya que la velada en sí, aunque fuese en esa maravillosa noche del 7 de Julio del 2012, realmente, se saboreó durante todo el fin de semana, con comidas, excursiones y convivencias en general.
Por eso, y muchas más cosas que no degustareis hasta vivirlas, quiero invitar a todo el mundo que pueda, a asistir y dejarse llevar por la magia de Sebas, Rosa, y el Fontanar en general…
Muchísima suerte con la velada de este año…se os echa de menos.
CON TUS DIENTES DE MARFIL (4º CLASIFICADO) Autora: Eva Carmona Ruiz
Los recuerdos acuden fácilmente. Aún me parece estar en ese tren
traqueteante de mi primer viaje a Alemania. El dolor en los huesos, durante
horas. Y luego, las primeras impresiones de un país extraño, donde todo era
novedoso para mí.
Yo tenía veinte años, y dejaba a mi
novio de toda la vida en el pueblo.
-Hija mía, ¿dónde irás tú sola?- me
lloriqueaba mi madre, intentando hacerme entrar en razón.
Pero no iba sola, hablando en
puridad. Había primos, y amigos, y gente del pueblo, y yo pensé, teniendo en
cuenta el celo con el que le decían a mi familia que cuidarían de mi y que me
vigilarían a sol y a sombra, que lo raro sería que viera a un alemán.
Recuerdo la impresión que me
provocaron los alemanes: nunca había visto gente como aquella. ¿Y el idioma?
Todas las palabras me sonaban a graznidos de cuervo. ¿Qué decir de la primera
vez que vi un váter? En el pueblo íbamos al corral, como todo hijo de vecino.
Y, aún así, me sorprende recordar
lo pronto que me adapté. Supongo que siempre he tenido facilidad para el
idioma. A otros les costaba horrores. La primera palabra que aprendí fue kartopfen. Patata. La miré en el
diccionario, me la aprendí y bajé a la tienda de abajo con ella en la punta de
la lengua.
-Kartopfen- le dije al tendero,
como si recitara mi frase en una obra de teatro-. Kartopfen.
Yo nunca fui especialmente amante
de la canción española (de joven siempre preferí la música más moderna), así que
tenía que reírme de mí misma cuando alguno de mis amigos o compañeros españoles
ponían coplas y a mí se me saltaban las lágrimas. En especial aquella de
Cuando salí de mi tierra
volví la cara llorando
porque lo que más quería
atrás me lo iba dejando
Pero es que la nostalgia por todo
lo mío era terrible.
¿Y, de qué trabajé? Nada que no
hicieran los miles de españoles en Alemania, y los miles de turcos, italianos y
demás gente: pasé los primeros años trabajando en una fábrica de encurtidos,
durmiendo en un barracón. Luego, como criada en casa de una familia francesa.
Después, en otra fábrica, y luego en una tienda.
Pero creo que, casi más grande que
la impresión que me llevé al llegar por primera vez a Alemania, fue la que
recibí al volver a mi pueblo por primera vez, unas vacaciones. Todo me pareció
mugriento y feo, y me dio vergüenza de sentirme así. ¡Era mi pueblo después de
todo!
Recuerdo que, lo primero que vi
antes de entrar a mi casa fue a mi hermana menor sentada en el tranco
polvoriento de la calle, renegrida del sol, con las rodillas como cuero y
llenas de cicatrices. Le quitaba garrapatas a un perro, con gesto lleno de
amor. Éloise, la niña de la familia para la que trabajaba, tenía la misma edad.
A esas horas yo siempre la llevaba a clases de piano.
Cuando llevaba en Alemania tres
años, una vez me fijé en un hombre joven que se sentaba a mi lado en el
autobús. Se montaba en el mismo sitio todos los días, pero, durante semanas, no
fui capaz de decirle nada. Se sentaba junto a mí, me miraba un poco y abría un
libro. Era rubio, con los ojos castaños y las mejillas llenas de pecas, y yo di
por hecho que se trataba de un alemán.
-Guten Tag- me envalentoné un día a
decirle.
Y él me miró y se echó a reír.
Resulta que era español, como yo.
Pero su risa no me molestó, es más,
me resultó agradable. Y hablamos, hablamos tanto que el pobre se pasó su parada
y tuvo que volver a pie.
Se llamaba Juan, había llegado a
Alemania más o menos cuando yo y trabajaba en la fábrica de Bosch.
¡Mi muchacho de la Bosch! Fue por
él por el que dejé a mi novio del pueblo de toda la vida, pero no me arrepentí
ni un día. Menos de un año después de conocernos, nos casamos en Alemania, una
boda sencilla a la que acudieron sólo nuestros amigos. Queríamos ahorrar el
máximo de dinero posible para volvernos a España. Nuestra primera hija nació en
Alemania. La segunda, en España.
Hace tres años, se durmió en su
tresillo favorito escuchando la radio y no volvió a despertar. No hay un solo
día que no lo eche de menos. Pese a todo el tiempo que vivimos juntos, pese a
las hijas y todo lo demás, para mí seguía siendo el muchacho de la Bosch.
Los recuerdos acuden fácilmente, pero se van tan rápidamente como
llegan. A eso ayudan, y mucho, los gritos que está dando mi vecina, en la cola
de la frutería.
-¡Date prisa!- declama, a voz en
cuello-. ¡No tenemos todo el día!- y luego añade, en un tono más bajo, para los
que esperamos en la cola (aunque un tono
perfectamente audible)- Qué vergüenza, a saber todo el tiempo que lleva aquí y
aún no sabe hablar español…Que se vaya a su país.
El objeto de las iras de mi vecina
es una chica negra altísima, vestida con un colorido vestido de estilo africano
y una especie de pañuelo o turbante a juego. Sobre la espalda, atado a la
cintura con un pañuelo grande, un bebé de cabello ensortijado que dormita,
ignorando el tumulto que se forma por momentos en la frutería.
La chica ha acaparado todas las miradas
desde que ha entrado, aunque casi ninguna de esas miradas es de agrado.
Intuyo, por su aire tímido y casi avergonzado, que hace muy
poco que está en España. La escena me recuerda tanto a aquella otra del kartopfen, cuando yo acababa de llegar a
Alemania, que no puedo evitar sonreír para mí misma. Pero, ¿qué idea se hará
esta pobre chica de España, conociendo a esta vecina loca? Además, que yo la
conozco bien. Es de mi pueblo. También fue a Alemania, más o menos cuando yo, y
recuerdo que le costó horrores aprender algo de alemán. ¡Si después de llevar
allí cuatro años aún se hacía entender por signos!
Yo trabajé en la casa de una familia francesa, y muchos
subsaharianos son francófonos, así que no me resulta muy difícil echarle un
cable a la chica negra del niño.
-¿Puedo ayudarte?- le pregunto en francés. La chica parece algo sorprendida al principio,
luego me sonríe abiertamente y me indica en francés las cosas que yo pido a la
frutera en español. Un kilo de naranjas, un racimo de plátanos, unas peras… ¡no
es tan difícil!.
-Algunas personas tienen muy poca memoria- digo con
intención, mirando a mi inhospitalaria vecina.
-¡Nosotros, al menos, íbamos con papeles!- me dice ella, muy
digna, y levanta la nariz.
Al salir de la frutería, la chica del niño sigue allí, y
vuelve a sonreírme. Una sonrisa de dientes blanquísimos.
-Merçi- me dice,
amablemente, antes de marcharse. A su espalda, el bebé se entretiene con un
gajo de naranja. A mi ella me parece muy joven. Debe ser de la edad de mi nieta
mayor. Quizá sólo algo mayor que yo la primera vez que me fui a Alemania.
Y, al acordarme de eso, he recordado lo que iba a hacer en un principio: comprar un
kilo de mandarinas, y luego pasarme por casa de mi hija a dejarle a mi nieta mi
viejo diccionario de alemán.
La mayor de mis nietas tiene veintitrés años, y pronto
terminará sus estudios (¡qué orgullosos estamos todos de ella! Será la primera
universitaria de la familia), pero, con cómo está la situación en el país a día
de hoy, no cree que pueda encontrar trabajo aquí, y se está planteando irse al
extranjero.
-A Alemania, abuela- me dijo-. Como tú.
Y, aunque sepa que no se va en las mismas condiciones en que
me fui yo, me da pena. ¡Mi nietecita! ¿Quién sabe si no se encontrará en
Alemania a otra mujer xenófoba y maleducada como mi vecina? Hay que tratar bien
a los huéspedes, me digo, pensando en ello. Nunca se sabe cuando te va a tocar
a ti serlo de otros.
De modo que, pienso, le llevaré el diccionario a mi nieta.
Seguramente tendrá otros diccionarios mucho mejores, y también la ayuda de
internet, pero me ha pedido que yo (sí, yo, esta vieja con su alemán pueblerino
y ya bastante oxidado) le eche una mano.
-Quizá ese diccionario tuyo sirva como una especie de amuleto
familiar- me dijo mi nieta, riéndose de esa manera suya.
Sí, le daré el diccionario “amuleto familiar”, como ella
dice, y le diré que la primera palabra que su abuela aprendió del alemán fue kartopfen.
EL SECRETO DEL OTOÑO (4º CLASIFICADO) Autora: Mayte Gómez Molina
Se estaba ensuciando las
zapatillas de tierra e impaciencia. Desde que perdió la esperanza de que sus
hijos vinieran a verle, solo se emocionaba cuando los árboles se bajaban del
tren en aquella estación y dejaban el andén lleno de hojas. Sentado en el
huerto, Vicente surcaba el suelo con un pie y luego repetía la operación con el
otro mientras tiraba en la franja que dejaba, las cáscaras de unos pistachos,
tal vez esperando que el suelo se abriera como ellos y dejara ver su fruto
verde. La tierra se le metía entre los dedos de los pies y se le colaba en los
poros, sigilosa, infectándolo de un apremiante deseo de arar, esperando que el
sudor de la siembra volviera a llenar de vida una piel que la soledad había llenado de surcos vacíos.
El refrán maño no solía fallar,
pero había pasado los tres días siguientes a la mañana del Pilar madrugando para
otear el cielo, incluso más que el sol, que aún estaba desperezándose entre las
montañas cuando Vicente ya tenía la nariz llena de café; sin embargo, no había
ni rastro de las grullas. Cada octubre que aparecían volando hacia la laguna,
listas para acunar sus huevos en un invierno suave, eran una señal para que el
agricultor también cobijara las semillas en sus nidos de tierra. Pero desde que
existe el canal del tiempo la gente dejó de hacerles caso; saber que llueve es
más fácil poniendo la mano en el mando que sacándola por la ventana. El hombre
trajeado que hacía amago de controlar el vaivén de las nubes en el televisor profetizaba
un diciembre funesto; aun así, él se arriesgaría a sembrar aunque el pronóstico
invernal granizara sobre sus esperanzas.
El ruido que lo sacó de su
letargo no fue el de los graznidos, sino el de un mastodonte motorizado que
paró a la entrada del pueblo. Alguien se bajó del camión y éste se alejó
apresuradamente revolucionando las primeras hojas que, sonrojadas y asustadizas,
se habían dejado vencer al primer soplo de aire otoñal, cubriendo el suelo como
una alfombra roja que dirigía al foráneo hacia el pueblo. Un gallo cantó desde la
lejanía, anunciando al muchacho como una fanfarria. Su tez tostada destacaba
entre los amplios campos de cereal, sus pies parecían manchados de azafrán; aquel
barro rojizo había ensuciado sus austeras sandalias, o más bien lo que quedaba
de ellas.
El muchacho venía del norte de África
pero, al igual que las aves, también intentaba dejar atrás el álgido día a día,
el frío del aterido bolsillo vacío, el gélido llanto del niño hambriento, a
pesar de que en su pueblo el calor derretía las casas de adobe: auténticos
hornos en los que no había nada que cocinar y las lágrimas de una madre se
evaporaban o se perdían entre el sudor. Pero al contrario que las grullas, que
migran bajo el dictado de la naturaleza, su partida era una aberración al
instinto, y al mismo tiempo un canto a la esperanza. Se alejó de su familia, de
su hogar, de los horizontes que conocía y las palabras que entendía en un
intento de mejorar su situación y la de sus polluelos. No tenía fecha ni destino
fijo, iba de pueblo en pueblo buscando algo en lo que trabajar, aunque fuese en aquellas tareas que los demás eran
demasiado buenos para hacer.
El viaje de las grullas tardaba
meses. Era muy duro, azotado por la lluvia, fuertes vientos y algún pájaro metálico
y bobo que iba muy deprisa, irrespetuoso con las señales que formaban las
bandadas en el cielo, que las esperaba con las nubes abiertas. Pero, ¿quién
esperaba al muchacho? ¿Quién escucharía las vicisitudes de su aventura?
Cuando lo vio aproximarse al
límite de su huerto, el anciano pensó en esconderse en la casa para ahorrarse el
mal trago de decirle que no tenía nada que ofrecerle. Pero cuando el forastero
se acercó donde estaba y alzó la mano para saludar a Vicente, el azote de las
alas de las grullas inundó el alba; un huracán de plumas que indicaban que los
surcos estaban listos para llenarse de historias escritas con pequeños tallos
recién nacidos.
Ambos se miraron, estupefactos.
VIAJEROS DE ITACA (3º CLASIFICADO) Autor: José Berrio Carrasco
Un haz de luz
blanca cegadora, un aturdimiento consciente que niega la muerte cerebral pero
¿quién sabe qué es estar muerto? Siente crujir cada uno de sus huesos y
vértebras, frío y paz, miedo, calma. Sus ojos luchan por enfocar y acierta a
distinguir dos siluetas que aparecen sobre su cabeza. Una voz enjaulada,
lejana, con vocablos incomprensibles, se introduce en sus oídos, mientras el
corazón, lleno de pánico, palpita y agita su respiración angustiada por el
miedo. Débil, sus entumecidos miembros son incapaces de presentar batalla.
–Se ha desmayado,
¿está bien?
–Sí, débil, y
salvo una leve hipotermia y algo de deshidratación, está bien.
La embarcación
sin rumbo, intenso olor acre de cuerpos hacinados, sudor y muerte, no puede
apartar la mirada de los ojos inexpresivos del cadáver del joven que apoya la
cabeza en la espalda de su compañero de viaje. Han tenido que agacharse y
apagar el motor de su cayuco para evitar a la patrulla de la Guarda Costera que
vigila las aguas, y ahora, a la deriva, meciéndose en un pozo negro, en manos
del capricho y las mareas del Estrecho. Confía en la gente a la que ha pagado
con su esclavitud en aquel campamento fronterizo, en el que firmó su particular
pacto con el diablo. Aunque no tiene ni idea de navegación, y nunca había visto el mar hasta aquella noche,
sabe que navegar sin motor en esa embarcación tan frágil, con exceso de peso,
no es una buena señal. Imagina que el mar contiene monstruos marinos que
devorarán sus cuerpos, y una oscuridad infinita que les tragará sin compasión.
Un escalofrío recorre su espalda, el gélido mar les envuelve, se retuerce en una
profunda determinación, sobrevivir. Susurra el nombre de su hijo mientras
solloza y se aprieta contra la encorvada espalda de su compañero. Un revuelo
entre la tripulación indica que han divisado una playa a menos de una milla
junto a unas luces de una pequeña población cercana, sin embargo, el oleaje se
agita bruscamente, la embarcación se inclina. El piloto, trata de acercarse al
motor fuera borda colocado en la popa, pisando y saltando cuerpos, los ojos
inyectados y una mueca de pavor que le hace aun más abyecto.
Todo sucede muy
rápido, un chasquido desgarrador, y cuerpos que salen despedidos. Un lacerante
e hiriente frío siente al caer en el agua, y la opresión del pánico impide una
respuesta, no podía hacer otra cosa que tragar aquella agua salada en medio del
torrente espumoso en el que se encontraba, cerrando los ojos, braceó y pateó
con todas sus fuerzas hasta sentir el aire de la brisa marina en su rostro, inhaló bruscamente el aire puro y tosió ante la
acción salina del agua y la ausencia de oxígeno previa. La chaqueta del viejo
chándal que vestía, se había llenado de aire y misteriosamente le estaba
ayudando a flotar, meciéndose al compás de las olas, que chocando contra un
muro de rocas, bramaban hasta encoger el alma del mismísimo diablo. Mientras
seguía pateando para mantenerse a flote, pudo ver que algunos cuerpos
ensangrentados eran flagelados por el mar y golpeados sin compasión contra las
rocas por la sucesión del oleaje. La embarcación, empujada por la fuerte
marejada y corrientes del implacable Estrecho de Gibraltar, había chocado
contra piedras que parecían un túmulo en medio del mar.
Se acercó como
pudo al cadáver que flotando boca abajo y mecido por el mar, se alejaba de
aquél infierno en dirección a la costa. No lo dudó y se agarró a la ropa del
cuerpo inerte, resbalando, y en su esfuerzo, propició que el cuerpo girase,
reconociendo aquellos ojos marmóreos que antes no pudo dejar de mirar. Vomitó. Notó
el calor de sus propias heces resbalando por sus muslos, al borde del
desfallecimiento, aferró su vida a un hombre sin ella.
Aturdido,
comprobaba que las luces en la costa se acercaban, aparecían y desparecían en
un juego macabro que el mar se prestaba a jugar. Algo romo y áspero rozó su
rostro, entumecido, sus manos se apoyaron en algo sólido, mientras que sus
piernas sin capacidad de resistencia, se mecían al capricho del rompiente del
oleaje en lo que parecía ser una playa de redondeadas piedras y basta arena.
Frío. Debilidad. Sueño. Antes de abandonarse, pudo sentir las pisadas en la
tosca arena y el haz de una pequeña luz que se dirigía hacia ellos, porque a su
lado yacía el apagado e inerte cuerpo al que se había agarrado.
Volvió a
despertar ante la misma luz blanca cegadora. Esta vez reconoció el lugar,
estaba tumbado en una camilla de lo que parecía ser una consulta médica. Ya no
tenía frío, estaba arropado con una manta de lana, y parpadeando rápidamente
para hacerse a la luz, observó que tenía una vía de suero en el brazo. Estaba
extenuado hasta lo indecible. Giró la cabeza y pudo ver a dos hombres de
mediana edad, sentados uno frente a otro en una mesa, uno de ellos ataviado con
una bata médica. Hablaban, y no entendía nada de lo que decían, mientras ellos
seguían sin percatarse de su vuelta a la consciencia. Aunque intuía que
hablaban de él, decidió no llamar su atención.
–Ya sé que te he
podido meter en un problema, pero no podíamos dejarlo en aquella playa, nadie
me ha visto recogerle, te lo prometo –hablaba el que estaba sentado frente al
que parecía un médico.
–Joder, tenemos
que hacer algo antes que se abra la consulta.
–He pensado en
llevármelo a casa, ya que has dicho que no le pasa nada grave, pero por el
momento necesitaré que vengas todos los días a comprobar su estado.
–Vamos a ver, lo que estás proponiendo es una
locura, te sigo diciendo que lo mejor es avisar a las autoridades, que le
lleven a un hospital, y que luego se encarguen de él.
–Me niego,
Manuel, me niego, ya te lo he contado, ¡tendrías que haber visto como incluso desmayado
estaba agarrado al cuerpo del otro que estaba muerto!, no me imagino la odisea
que ha debido pasar ese pobre diablo para llegar hasta aquí, para fracasar –replicó
con vehemencia–. Además, joder, ya sabes cómo se está poniendo todo en este
país, tú mismo lo compruebas todos los días, te han prohibido atender a
cualquiera de estos pobres que vienen sin documentación, ¿y cómo hemos podido
llegar a esto?
–Mira Ángel, yo
no me lo cuestiono, hago lo que es mi obligación, y lo que es legal, no sé si
justo – interrumpió el médico.
–No me vengas
con esas mierdas, todavía recuerdo las historias que contaba tu padre, el tío Paco,
ya sabes las que él pasó en Suiza en aquellos barracones llenos de españoles
pasando miserias, y eso que él llegó después, y algo mejor pudo vivir que
aquella panda de gallegos que fueron pioneros en aquella fábrica, y tanto le
ayudaron. Frío, sueldos miserables, trabajos que en Suiza nadie quería hacer,
iban como estos diablos, sin papeles, buscando un futuro mejor para los suyos,
y en tu caso ha sido así, eres médico, te jubilarás en pocos años, con buen
sueldo. Y recuerda que el dinero que enviaba desde allí, alimentaba a toda tu
familia. Al igual que estos chicos, que aquí los utilizamos, usamos y abusamos,
tu padre, no podía dejar el trabajo, ni podía llevaros allí con él, durante el
Régimen se fueron firmando contratos de colaboración entre gobiernos,
precisamente para evitar la reagrupación familiar, y porque a España le
convenía la llegada de las divisas extranjeras, aun así, muchos suizos ayudaron
a los españoles, y éstos, consiguieron poco a poco ser considerados ciudadanos
normales, aprendieron las normas y costumbres del lugar. Manuel, dejando aparte
la ideología política y quién narices gobierne en este país, el mundo lo
hacemos los hombres, y las buenas obras están a veces por encima de la ley, que
no siempre es justa, me niego a mirar a otro lado y a ser partícipe de esta
farsa. En lo que pueda, quiero hacer de este mundo, no sé si algo más justo,
pero sí más humano, es absurdo enrejar el mundo, que no es tuyo ni mío, y
forzamos una parte del mundo a hacer viajes que no deberían existir.
Miró a aquellos hombres que hablaban de forma
apasionada, uno de ellos, mientras terminaba de hablar, se giró, cruzando sus
miradas y provocando su silencio. Pudo ver compasión y verdad en sus ojos. Se dio
la vuelta en la camilla y se arrebujó en la manta, para que ninguno pudiera ver
las lágrimas rasgando su polvoriento rostro, por primera vez en muchos meses,
se sentía a salvo. Sin darse cuenta, el sueño se apoderó de él, y cerrando los ojos pronunció el nombre de su hijo.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)