Un haz de luz
blanca cegadora, un aturdimiento consciente que niega la muerte cerebral pero
¿quién sabe qué es estar muerto? Siente crujir cada uno de sus huesos y
vértebras, frío y paz, miedo, calma. Sus ojos luchan por enfocar y acierta a
distinguir dos siluetas que aparecen sobre su cabeza. Una voz enjaulada,
lejana, con vocablos incomprensibles, se introduce en sus oídos, mientras el
corazón, lleno de pánico, palpita y agita su respiración angustiada por el
miedo. Débil, sus entumecidos miembros son incapaces de presentar batalla.
–Se ha desmayado,
¿está bien?
–Sí, débil, y
salvo una leve hipotermia y algo de deshidratación, está bien.
La embarcación
sin rumbo, intenso olor acre de cuerpos hacinados, sudor y muerte, no puede
apartar la mirada de los ojos inexpresivos del cadáver del joven que apoya la
cabeza en la espalda de su compañero de viaje. Han tenido que agacharse y
apagar el motor de su cayuco para evitar a la patrulla de la Guarda Costera que
vigila las aguas, y ahora, a la deriva, meciéndose en un pozo negro, en manos
del capricho y las mareas del Estrecho. Confía en la gente a la que ha pagado
con su esclavitud en aquel campamento fronterizo, en el que firmó su particular
pacto con el diablo. Aunque no tiene ni idea de navegación, y nunca había visto el mar hasta aquella noche,
sabe que navegar sin motor en esa embarcación tan frágil, con exceso de peso,
no es una buena señal. Imagina que el mar contiene monstruos marinos que
devorarán sus cuerpos, y una oscuridad infinita que les tragará sin compasión.
Un escalofrío recorre su espalda, el gélido mar les envuelve, se retuerce en una
profunda determinación, sobrevivir. Susurra el nombre de su hijo mientras
solloza y se aprieta contra la encorvada espalda de su compañero. Un revuelo
entre la tripulación indica que han divisado una playa a menos de una milla
junto a unas luces de una pequeña población cercana, sin embargo, el oleaje se
agita bruscamente, la embarcación se inclina. El piloto, trata de acercarse al
motor fuera borda colocado en la popa, pisando y saltando cuerpos, los ojos
inyectados y una mueca de pavor que le hace aun más abyecto.
Todo sucede muy
rápido, un chasquido desgarrador, y cuerpos que salen despedidos. Un lacerante
e hiriente frío siente al caer en el agua, y la opresión del pánico impide una
respuesta, no podía hacer otra cosa que tragar aquella agua salada en medio del
torrente espumoso en el que se encontraba, cerrando los ojos, braceó y pateó
con todas sus fuerzas hasta sentir el aire de la brisa marina en su rostro, inhaló bruscamente el aire puro y tosió ante la
acción salina del agua y la ausencia de oxígeno previa. La chaqueta del viejo
chándal que vestía, se había llenado de aire y misteriosamente le estaba
ayudando a flotar, meciéndose al compás de las olas, que chocando contra un
muro de rocas, bramaban hasta encoger el alma del mismísimo diablo. Mientras
seguía pateando para mantenerse a flote, pudo ver que algunos cuerpos
ensangrentados eran flagelados por el mar y golpeados sin compasión contra las
rocas por la sucesión del oleaje. La embarcación, empujada por la fuerte
marejada y corrientes del implacable Estrecho de Gibraltar, había chocado
contra piedras que parecían un túmulo en medio del mar.
Se acercó como
pudo al cadáver que flotando boca abajo y mecido por el mar, se alejaba de
aquél infierno en dirección a la costa. No lo dudó y se agarró a la ropa del
cuerpo inerte, resbalando, y en su esfuerzo, propició que el cuerpo girase,
reconociendo aquellos ojos marmóreos que antes no pudo dejar de mirar. Vomitó. Notó
el calor de sus propias heces resbalando por sus muslos, al borde del
desfallecimiento, aferró su vida a un hombre sin ella.
Aturdido,
comprobaba que las luces en la costa se acercaban, aparecían y desparecían en
un juego macabro que el mar se prestaba a jugar. Algo romo y áspero rozó su
rostro, entumecido, sus manos se apoyaron en algo sólido, mientras que sus
piernas sin capacidad de resistencia, se mecían al capricho del rompiente del
oleaje en lo que parecía ser una playa de redondeadas piedras y basta arena.
Frío. Debilidad. Sueño. Antes de abandonarse, pudo sentir las pisadas en la
tosca arena y el haz de una pequeña luz que se dirigía hacia ellos, porque a su
lado yacía el apagado e inerte cuerpo al que se había agarrado.
Volvió a
despertar ante la misma luz blanca cegadora. Esta vez reconoció el lugar,
estaba tumbado en una camilla de lo que parecía ser una consulta médica. Ya no
tenía frío, estaba arropado con una manta de lana, y parpadeando rápidamente
para hacerse a la luz, observó que tenía una vía de suero en el brazo. Estaba
extenuado hasta lo indecible. Giró la cabeza y pudo ver a dos hombres de
mediana edad, sentados uno frente a otro en una mesa, uno de ellos ataviado con
una bata médica. Hablaban, y no entendía nada de lo que decían, mientras ellos
seguían sin percatarse de su vuelta a la consciencia. Aunque intuía que
hablaban de él, decidió no llamar su atención.
–Ya sé que te he
podido meter en un problema, pero no podíamos dejarlo en aquella playa, nadie
me ha visto recogerle, te lo prometo –hablaba el que estaba sentado frente al
que parecía un médico.
–Joder, tenemos
que hacer algo antes que se abra la consulta.
–He pensado en
llevármelo a casa, ya que has dicho que no le pasa nada grave, pero por el
momento necesitaré que vengas todos los días a comprobar su estado.
–Vamos a ver, lo que estás proponiendo es una
locura, te sigo diciendo que lo mejor es avisar a las autoridades, que le
lleven a un hospital, y que luego se encarguen de él.
–Me niego,
Manuel, me niego, ya te lo he contado, ¡tendrías que haber visto como incluso desmayado
estaba agarrado al cuerpo del otro que estaba muerto!, no me imagino la odisea
que ha debido pasar ese pobre diablo para llegar hasta aquí, para fracasar –replicó
con vehemencia–. Además, joder, ya sabes cómo se está poniendo todo en este
país, tú mismo lo compruebas todos los días, te han prohibido atender a
cualquiera de estos pobres que vienen sin documentación, ¿y cómo hemos podido
llegar a esto?
–Mira Ángel, yo
no me lo cuestiono, hago lo que es mi obligación, y lo que es legal, no sé si
justo – interrumpió el médico.
–No me vengas
con esas mierdas, todavía recuerdo las historias que contaba tu padre, el tío Paco,
ya sabes las que él pasó en Suiza en aquellos barracones llenos de españoles
pasando miserias, y eso que él llegó después, y algo mejor pudo vivir que
aquella panda de gallegos que fueron pioneros en aquella fábrica, y tanto le
ayudaron. Frío, sueldos miserables, trabajos que en Suiza nadie quería hacer,
iban como estos diablos, sin papeles, buscando un futuro mejor para los suyos,
y en tu caso ha sido así, eres médico, te jubilarás en pocos años, con buen
sueldo. Y recuerda que el dinero que enviaba desde allí, alimentaba a toda tu
familia. Al igual que estos chicos, que aquí los utilizamos, usamos y abusamos,
tu padre, no podía dejar el trabajo, ni podía llevaros allí con él, durante el
Régimen se fueron firmando contratos de colaboración entre gobiernos,
precisamente para evitar la reagrupación familiar, y porque a España le
convenía la llegada de las divisas extranjeras, aun así, muchos suizos ayudaron
a los españoles, y éstos, consiguieron poco a poco ser considerados ciudadanos
normales, aprendieron las normas y costumbres del lugar. Manuel, dejando aparte
la ideología política y quién narices gobierne en este país, el mundo lo
hacemos los hombres, y las buenas obras están a veces por encima de la ley, que
no siempre es justa, me niego a mirar a otro lado y a ser partícipe de esta
farsa. En lo que pueda, quiero hacer de este mundo, no sé si algo más justo,
pero sí más humano, es absurdo enrejar el mundo, que no es tuyo ni mío, y
forzamos una parte del mundo a hacer viajes que no deberían existir.
Miró a aquellos hombres que hablaban de forma
apasionada, uno de ellos, mientras terminaba de hablar, se giró, cruzando sus
miradas y provocando su silencio. Pudo ver compasión y verdad en sus ojos. Se dio
la vuelta en la camilla y se arrebujó en la manta, para que ninguno pudiera ver
las lágrimas rasgando su polvoriento rostro, por primera vez en muchos meses,
se sentía a salvo. Sin darse cuenta, el sueño se apoderó de él, y cerrando los ojos pronunció el nombre de su hijo.
Ufff, a veces queremos ponernos en el lugar de ellos cuando están a la deriva, nos acostumbramos a las noticias de las muertes violentas en pateras... pero como bien dices, deberíamos acordarnos más a menudo de cuando fuimos "nosotros" quien esperábamos, a quienes pronunciaban nuestro nombre.
ResponderEliminarEspeluznante, repleto de detalles que apenas podemos imaginar cuando vemos ese tipo de noticias cómodamente sentados ante nuestros televisores. Un hombre a la deriva, agarrado a la muerte, buscando una esperanza. Enhorabuena.
ResponderEliminarEsa metáfora de una búsqueda de vida a través de la muerte sucede todos los días a nuestro lado, siempre pensamos en emigrantes como gente honesta que busca una nueva oportunidad, pero el termino "inmigrante", degrada a la persona a un nivel inferior en el que prácticamente se nos hace transparente su existencia, hasta sospechosa y molesta. Gracias por vuestros comentarios. José Berrio.
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