La anciana está esperando
con impaciencia apoyada en el umbral de la ventana. Tan solo quedan unos
minutos. Siempre es puntual. Llegará con paso ágil, cruzará la pequeña cancela,
atravesará el minúsculo jardín y llamará a la puerta. Al igual que hace todos
los días. Ella abrirá con dulzura, le regalará una amplia sonrisa y le deseará
los buenos días. El hombre entonces mirará en su enorme bolsa de cuero, sacará
un pequeño sobre y se lo entregará, también sonriendo. La carta..., su carta...
A la mujer le gusta ese
hombre. Es joven, y alto, y fuerte, y guapo. Se queda prendada todas las
mañanas cuando lo ve aparecer por entre los rosales. Por eso escribe las
cartas. Una tras otra. Y por eso se las envía a si misma. Para verle. En
realidad podría limitarse a mandar los sobres vacíos, rellenando tan solo la
dirección del exterior. Pero prefiere escribir. Así disfruta tres veces. Cuando
redacta las misivas, cuando las recibe, y cuando las lee. Aunque ya sepa su
contenido. Aunque ya conozca las pequeñas cosas que le cuenta, a él, a aquel
hombre que la encandila: El chubasco otoñal que ha caído ese mediodía empapando
las azaleas, el susto que le ha dado el viejo siamés al caerse del tejado, el
vuelo tardío de las cigüeñas emigrando hacia el sur...
Ya no falta mucho para que
llegue. Hoy ha preparado galletas y ha envuelto unas cuantas en una cajita con
celofán. Siempre le ofrece pequeños obsequios como ese, simples detalles,
sencillos, sin valor. No quiere abrumarle. Lo que si querría es confesarle
todo. Pero nunca lo hace. Le da miedo, pánico. ¿Que pensará? Él apenas tiene
treinta años y toda la vida por delante. Y ella no es más que una vieja de más
de ochenta absurdamente ilusionada por un sentimiento que creía haber olvidado.
¿Cómo reaccionará si se lo cuenta, si le dice la verdad? Pensará que es una
chiflada y no querrá volver a verla. No, no puede decírselo. Permanecerá así.
Así es feliz, escribiéndole párrafos y párrafos que nunca va a leer,
conversando brevemente en el alfeizar, regalándole dulces y pasteles, viéndole
aunque solo sea unos minutos cada día.
Se merece esa pequeña
dosis de felicidad después de toda una vida dura, marcada por la tragedia.
Primero fue la repentina muerte de su marido, en plena juventud, cuando tan
solo llevaban unos meses de casados. Después, criar a una hija ella sola sin
apenas dinero. Más tarde, la adolescencia complicada de la muchacha, las
broncas continuas, las huidas del hogar, la relación con aquel desalmado venido
de lejos, el embarazo imprevisto, el abandono del padre, el nacimiento del
nieto...
Fue entonces, sin embargo,
cuando por apenas no más de dos años, llegó a conocer algo parecido a la
felicidad. Se reconcilió con su hija, le ayudó en la primera crianza del
chaval, y disfrutó cuanto pudo de un niño adorable, extrovertido. Si, algo
parecido a lo que debía ser la felicidad...
Pero de nuevo eso duró
poco. Cuando la criatura no era más que casi un bebé, fue su hija quien le dejó
tras un absurdo accidente en la autopista. Y eso no fue todo. El padre apareció
reclamando al infante. Intentó luchar para evitar que se lo arrebataran,
también, como todo lo demás. Reivindicó sus derechos, aunque solo fuera al
menos con un mínimo régimen de visitas. Pero fue en vano. Ni los estirados abogados
a los que no podía pagar, ni la cerrazón de los impasibles jueces, ni sus
escasas fuerzas después de tantos golpes asestados por la vida, pudieron hacer
nada. Una mañana de invierno, sin tiempo a una mera despedida, sin permitirle
siquiera un último beso, aquel hombre extranjero se llevó al chiquillo. Para
siempre. Jamás volvió a verlo. A partir de entonces todo no fue sino un
continuo desgarro en vida, preguntándose día tras día que habría sido del niño,
del muchacho, del joven, del hombre…
Por fin. Ya ha llegado. A
su hora. Como siempre. La anciana le observa unos instantes a través del
cristal y en seguida abre la puerta.
-Buenos días- dice con su
hilillo de voz.
-Buenos días, señora -
saluda él. - Parece que otra vez tiene usted correspondencia. No falla ni un
solo día, ¿eh? Alguien debe quererla mucho. ¿Tal vez un admirador secreto?-
pregunta él guiñándole un ojo cómplice.
-¡Oh! Vamos, hombre, no
bromee usted. Son cosas normales, ya sabe, los bancos, el ayuntamiento, amigos
de fuera, cosas de esas...- miente la anciana con cierta vergüenza.
-Está bien, no es asunto
mío. Pero ya le digo yo que cada vez que vengo a esta casa la encuentro
radiante, y seguro que es por las cartas - dice él sin querer hacer notar a la
anciana que el matasellos de los sobres delata el envío siempre desde un mismo
lugar, desde ese lugar.
-Bueno, bueno, no me sea
usted adulador. Ande, váyase y llévese estas pastas para el desayuno. Están
recién horneadas - apremia ella.
-Está bien, gracias por
las galletas. Me mima usted demasiado. Mañana seguro que vuelve a verme.
-Será un verdadero placer-
dice ella con total sinceridad.
-El placer será mío- dice
el con idéntica franqueza.
La anciana entra de nuevo
en la casa y se dirige con calma al pequeño escritorio al lado de la chimenea.
Allí, en un caja de hoja de lata, revuelve todas las cartas que ha ido
recibiendo, deja la de hoy y toma la primera que escribió, hace casi dos meses:
"Querido nieto.
Después de tantos años sin saber de ti, hoy, casualidades de la vida, me he
enterado que has vuelto al pueblo que te vio nacer. La alegría ha sido inmensa
porque al fin podré verte, mi familia, mi única familia. No sé mucho mas de ti,
tan solo que estás trabajando... como cartero..."
Tiene que decírselo. Ha
llegado el momento. Si, mañana lo hará. Se lo dirá mañana.
El hombre abandona
lentamente el jardín. Siente una especial simpatía por aquella octogenaria, tan
sola..., escribiéndose cartas a sí misma para sentirse arropada. Sin saber que
hay alguien que realmente la quiere. Alguien que ha vuelto al pueblo tras
muchos años de ausencia, hace apenas dos meses, en busca de sus raíces. Alguien
que ha descubierto que aun vive la yaya que le crió, su familia, su única
familia. Hasta ahora no ha querido decirle nada. No sabe realmente lo que sucedió
y se ha pasado toda una vida escuchando de su progenitor maldades sobre aquella
mujer perversa, la madre de su madre, el mismo diablo, que siempre quiso
separarles. Pero es listo y siempre dudó de la versión paterna. Y más ahora que
ha descubierto en su abuela a esa anciana entrañable. Si, ya ha llegado el
momento. Tiene que decírselo. Se lo dirá mañana. Mañana lo hará.
Enhorabuena. El relato es estupendo. La historia es preciosa y está realmente bien escrito. Sólo he leído este, no puedo opinar del resto, pero desde luego que éste es un magnífico relato. Meletea.
ResponderEliminarMuchísimas felicidades a todos los que este año han participado en el certamen más mágico del mundo y al ganador decirle que le esperan unos días maravillosos!!! Un abrazo enorme para Rosa y Sebastián que desde aquél segundo certamen, ya forman parte de mi vida y de mi carrera literaria.
ResponderEliminar¡¡Gracias Cristina!! ¡TE QUEREMOS!
ResponderEliminar¿de verdad no había nada mejor? Mala puntuación repleto de frases hechas, de tópicos, puntos suspensivos que desvelan impotencia a la hora de narrar, errores gramaticales y sintácticos, y sobre todo, una historia. (?) previsible, cursi,manida y hueca.
ResponderEliminarEl jurado se ha lucido
Saludos. Deseo agradeceros los comentarios positivos sobre mi relato (y también las críticas, que de todo se aprende). Ya tengo ganas de que llegue el día de conocer la Chamba por que, por lo que voy leyendo, va a ser fantástico. Un abrazo.
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