Hace ya un mes. El tiempo pasa volando…
-“¿Habéis notado lo bien que huele a…ummm…aceitunas?”.
Todos cerramos los ojos, para intentar llevar más adentro ese olorcito a olivos y Jaén, a recuerdos para una y descubrimiento para el resto. Era la recompensa a un largo viaje; el primer premio de todos los que vendrían después.
Un abrazo, dos besotes y el “¡qué ganas tenía de conocerte, Rosa!” disiparon las largas horas de trayecto, los más de cuarenta grados que nos habían acompañado, las áreas de servicio saturadas, los kilómetros en balde,… Aquello que había surgido por un brote de curiosidad empezaba a coger forma.
A la calurosa bienvenida de Rosa y Sebastián, nuestros anfitriones, siguió la toma de contacto con la Chamba (“¡Ohhh! ¡Qué bonitaaa*!”): una obra de arte hecha cueva, cargada de personalidad, mimo, pedacitos de historia y ese encanto especial que vive en las cosas que se hacen con cariño.
De los momentos compartidos llegó el verdadero galardón; como reza una de las pequeñas sorpresas que guarda ese precioso rinconcito de Fontanarrr**, llegó la auténtica chamba, ese golpe de suerte que uno no sabe de dónde viene pero que siente la justa necesidad de agradecerlo constantemente.
Traje de vuelta el placer de dormir bajo un cielo estrellado en una cama de princesa, un bautismo congelado (por cierto, Sebastián, creo que sigo siendo la misma), un ratoncillo y su vecina la tinaja, aventuras de espeleología rural con historias que no consiguieron quitarnos el sueño, los mosquitos del acueducto, un melón bien fresquito y otro lleno de “besos”; traje los nervios de “la una y media” entre abanicos y puentes colgantes, la compañía de la maleta del tío Paco, el ramito de lavanda junto a la lamparita, un bañito en la playa textil, los cojines de la piscina y el gato rubio. ¡Tan larga es la lista!: la cuesta que lleva a la casa, las fuentes y la higuera, la Loma y La Rambla, la voz de Luis hipnotizándonos, los melocotones del camino, las piedrosonas, los nervios, el pueblo de mi madre después de 38 años, esa trucha que no se deja coger, Poseído, un árbol solitario en un pedacito de madera y el que se enamoró de una muchacha, la vida de las rocas, una recolecta de pimientos en la Hacienda Romero, las cochinillas matutinas, una gruta misteriosa a la luz de unas antorchas, tortugas, gallinas y búhos, las palabras sentidas de un amor que se había ido, el sol perdiéndose en el Lirio,…
Volví con la mochila llena de una nueva familia y deseos de verles pronto, de ganas de que sea Navidad, de Julián y Triniá***, de mi respeto por sus sonetos, de un pensamiento para el vasco del relato en mi momento de gloria, de los pececitos del baño, de las infinitas hileras de olivos, de buenos ratos con los míos, las velitas que los alumbraron aquella noche mágica, las lágrimas ante mi primer libro editado,…
Podría continuar evocando los momentos que han conseguido que mereciera doblemente la pena participar en la curiosa convocatoria con la que tropecé una tarde de sábado, por casualidad, como tantas otras cosas curiosas que no sabemos por qué nos atraen y acaban resultando inolvidables.
No quisiera dejar pasar la oportunidad de agradecer a la organización del certamen por cuidar con esmero cada detalle antes, durante y después de la estancia, y por la dulce velada literaria (así como a la inestimable presencia del resto de amigos); al jurado, por su elección (que me llena de orgullo y la penilla de no haber podido conocerles), a los puntos suspensivos y las comillas, por dejarse utilizar a mi antojo y por supuesto, a los que, con vuestros comentarios, me habéis ayudado, de una u otra manera, a aprender un poquito más.
Gracias, Rosa, por añadir a la ilusión que siempre he sentido ante todos los reconocimientos recibidos, la certeza de que el verdadero premio fue conoceros.
Y ahora…aquello que siempre deseé hacer…
“Quiero dedicar este premio a A.A.S., por mantener siempre viva su confianza literaria en mí, por inspirarme ese profundo respeto que destilan los grandes maestros y merecer estar ligado a momentos felices como éste. Gracias.”
*Bonitaaa: sí, con muchas “a”, dejando la boca abierta y sin ánimo alguno de escatimar muestras de la ilusión que nos despertaba.
** Fontanarrr: con el permiso de los lugareños y todo el cariño, con tres erres, bien
saben algunos por qué.
*** Triniá: con acento y un abrazo, sí señor.
-“¿Habéis notado lo bien que huele a…ummm…aceitunas?”.
Todos cerramos los ojos, para intentar llevar más adentro ese olorcito a olivos y Jaén, a recuerdos para una y descubrimiento para el resto. Era la recompensa a un largo viaje; el primer premio de todos los que vendrían después.
Un abrazo, dos besotes y el “¡qué ganas tenía de conocerte, Rosa!” disiparon las largas horas de trayecto, los más de cuarenta grados que nos habían acompañado, las áreas de servicio saturadas, los kilómetros en balde,… Aquello que había surgido por un brote de curiosidad empezaba a coger forma.
A la calurosa bienvenida de Rosa y Sebastián, nuestros anfitriones, siguió la toma de contacto con la Chamba (“¡Ohhh! ¡Qué bonitaaa*!”): una obra de arte hecha cueva, cargada de personalidad, mimo, pedacitos de historia y ese encanto especial que vive en las cosas que se hacen con cariño.
De los momentos compartidos llegó el verdadero galardón; como reza una de las pequeñas sorpresas que guarda ese precioso rinconcito de Fontanarrr**, llegó la auténtica chamba, ese golpe de suerte que uno no sabe de dónde viene pero que siente la justa necesidad de agradecerlo constantemente.
Traje de vuelta el placer de dormir bajo un cielo estrellado en una cama de princesa, un bautismo congelado (por cierto, Sebastián, creo que sigo siendo la misma), un ratoncillo y su vecina la tinaja, aventuras de espeleología rural con historias que no consiguieron quitarnos el sueño, los mosquitos del acueducto, un melón bien fresquito y otro lleno de “besos”; traje los nervios de “la una y media” entre abanicos y puentes colgantes, la compañía de la maleta del tío Paco, el ramito de lavanda junto a la lamparita, un bañito en la playa textil, los cojines de la piscina y el gato rubio. ¡Tan larga es la lista!: la cuesta que lleva a la casa, las fuentes y la higuera, la Loma y La Rambla, la voz de Luis hipnotizándonos, los melocotones del camino, las piedrosonas, los nervios, el pueblo de mi madre después de 38 años, esa trucha que no se deja coger, Poseído, un árbol solitario en un pedacito de madera y el que se enamoró de una muchacha, la vida de las rocas, una recolecta de pimientos en la Hacienda Romero, las cochinillas matutinas, una gruta misteriosa a la luz de unas antorchas, tortugas, gallinas y búhos, las palabras sentidas de un amor que se había ido, el sol perdiéndose en el Lirio,…
Volví con la mochila llena de una nueva familia y deseos de verles pronto, de ganas de que sea Navidad, de Julián y Triniá***, de mi respeto por sus sonetos, de un pensamiento para el vasco del relato en mi momento de gloria, de los pececitos del baño, de las infinitas hileras de olivos, de buenos ratos con los míos, las velitas que los alumbraron aquella noche mágica, las lágrimas ante mi primer libro editado,…
Podría continuar evocando los momentos que han conseguido que mereciera doblemente la pena participar en la curiosa convocatoria con la que tropecé una tarde de sábado, por casualidad, como tantas otras cosas curiosas que no sabemos por qué nos atraen y acaban resultando inolvidables.
No quisiera dejar pasar la oportunidad de agradecer a la organización del certamen por cuidar con esmero cada detalle antes, durante y después de la estancia, y por la dulce velada literaria (así como a la inestimable presencia del resto de amigos); al jurado, por su elección (que me llena de orgullo y la penilla de no haber podido conocerles), a los puntos suspensivos y las comillas, por dejarse utilizar a mi antojo y por supuesto, a los que, con vuestros comentarios, me habéis ayudado, de una u otra manera, a aprender un poquito más.
Gracias, Rosa, por añadir a la ilusión que siempre he sentido ante todos los reconocimientos recibidos, la certeza de que el verdadero premio fue conoceros.
Y ahora…aquello que siempre deseé hacer…
“Quiero dedicar este premio a A.A.S., por mantener siempre viva su confianza literaria en mí, por inspirarme ese profundo respeto que destilan los grandes maestros y merecer estar ligado a momentos felices como éste. Gracias.”
*Bonitaaa: sí, con muchas “a”, dejando la boca abierta y sin ánimo alguno de escatimar muestras de la ilusión que nos despertaba.
** Fontanarrr: con el permiso de los lugareños y todo el cariño, con tres erres, bien
saben algunos por qué.
*** Triniá: con acento y un abrazo, sí señor.
Preciosa...
ResponderEliminarRosas....¡Qué grandes sois! por si no había sido suficiente, ahora, al leer el escrito de Rosa Alcalá he vuelto a sentirme muy feliz.
ResponderEliminar¡jefe! para tí, ¡ya lo sabes!, el más entrañable de los abrazos.