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1/6/24

PREMIO CONCURSO DE RELATOS



Os dejo mi relato "El alcalde" que ha sido uno de los tres ganadores de la segunda edición del concurso El amor en los tiempos de la guerra. Espero que os guste. 

                                                              EL ALCALDE

El alcalde aconsejó a los vecinos que se refugiaran en la fábrica de harinas. Era un grupo numeroso de hombres que había decidido quedarse a defender sus casas o sus negocios ante el inminente ataque de las tropas enemigas. En la fábrica había un destacamento de la Guardia Civil que les protegería. Los rumores sobre el avance de los soldados marroquíes eran cada vez más ciertos y se hablaba de las escabechinas que se estaban cometiendo en aldeas cercanas al pueblo, pasando a cuchillo a todo el que encontraban en su camino. Ancianos, niños y mujeres eran víctimas fáciles con las que saciar su sed de venganza. Atrocidades inimaginables a manos de aquellos soldados que habían perdido los sentimientos más básicos del ser humano, sustituyendo el amor y la compasión por el odio y la crueldad en el mismo momento en que les entregaron las armas para hacer la guerra.

El alcalde decidió esconderse en el sótano de su casa, un lugar que nadie conocía y al que   se accedía a través de una trampilla camuflada bajo un gran sofá. Horas antes había puesto a salvo a su familia, sus cuatro hijos y su mujer partieron en el último tren que salió del pueblo. A la mañana siguiente él se marcharía en un convoy militar.

Pasó la noche paralizado por la incertidumbre y el miedo. Cerró los ojos para proyectar en su mente el metraje de su vida. Recordaba el día que llegó al recién estrenado protectorado español, con una maleta que apenas pesaba, y entusiasmado con su nuevo destino. Era un lugar habitado por gente que al principio lo miraba con recelo pero que poco a poco fue ganándose su confianza y afecto, un pueblo en plena expansión urbanística y poblacional debida a la actividad minera de la zona. Los primeros años en el cargo fueron difíciles, pero se sintió apoyado por un grupo de españoles que al igual que él, se habían establecido allí años atrás, entre ellos, el médico y el cura se convirtieron en sus mejores amigos. Fue este último el que le aconsejó contratar a una mujer para que le cuidara la casa y de este modo entró Tayri en su vida.

Desde el primer momento le atrajo esa joven, casi adolescente, de mirada desafiante y azul. A diferencia de la actitud sumisa que solían mostrar las mujeres rifeñas ante los varones, Tayri rozaba la insolencia.

Era consciente de su belleza y de lo que esta causaba en los hombres, y la utilizaba a su favor. El alcalde se enamoró de ella antes de que acabara la primera semana de trabajo, pero fue un enamoramiento que guardó para sí, no mostrando sus sentimientos en ningún instante. Sabedora de lo que había provocado en él, Tayri esperaba casi con impaciencia una muestra de amor de ese hombre tímido y hermoso, que le leía poemas y le enseñaba su idioma con paciencia cuando terminaba las faenas de la casa, antes de recibir su sueldo diario. Así se estableció entre ellos una relación de confianza que la inquietaba y conmovía. Nunca había estado tan cerca de un hombre sin que este reclamara algo más que una conversación.

Un día Tayri se atrevió a revelar sus sentimientos y dejó escrito en un papel “yo amo a usted”. El alcalde lo encontró aquella noche sobre la mesa de su despacho y a la mañana siguiente comenzó un romance que marcó su vida.

Vivieron la pasión en secreto, pero apenas un año duró aquel idilio. Tayri se quedó embarazada, sus padres la repudiaron y solo su abuela le dio cobijo y cariño. Regresó a su poblado y no volvió a salir de allí.

 El alcalde se sumió en una tristeza tan profunda y pesada que lo dejó postrado en la cama durante unos días. El cura sospechó que algo pasaba, y después de tomarle confesión, le aconsejó que se casara con la hija del médico, una joven de su edad que se sentía atraída por él. El compromiso duró dos años, durante los cuales, el alcalde desaparecía un par de días cada cierto tiempo. “Me voy de caza”, le decía a la novia, pero la verdad era que iba a visitar a Tayri y a su hijo Karim. Después de casarse, las visitas se fueron espaciando, y cuando nacieron sus hijos, más aún. Apenas una vez al año iba a ver a Tayri y a su pequeño, que crecía fuerte y era tan hermoso como su madre. Y en los últimos años se limitó a enviar un paquete con juguetes, golosinas y dinero para ella.

Agazapado en el oscuro sótano pasó la noche más larga de su vida, la más triste.

Las Huestes rifeñas irrumpieron de madrugada, se habían adelantado. Era un ejército caótico al que se sumaron en los últimos días viejos y adolescentes. Podía oír los tiros, las explosiones, las carreras y los pasos por encima de su cabeza. Habían entrado en su casa, estaban saqueando, arrastrando muebles y rompiendo cristales. Deseó con todo su ser que no retiraran el gran sofá que cubría la trampilla. Esperó toda la madrugada hasta que se hizo el silencio y decidió salir del sótano. Subió las escaleras apenas rozando el suelo y al salir se encontró de frente a un soldado rifeño.

Era muy joven, le costaba sostener el fusil, el uniforme harapiento, sucio, la cara tiznada de carbón y la mirada desafiante y azul.

-Karim, Karim- murmuró el alcalde extendiendo sus brazos en cruz. No tenía miedo. La bala de ese fusil cerraría su herida. Y la esperó con amor.

El muchacho soltó el arma, se quitó una cadena que rodeaba su cuello y se la entregó al alcalde. Era la mano de Fátima que le había regalado a Tayri en su última visita. Un soldado gritó desde la calle preguntando a Karim si quedaba alguien en la casa. “Aquí no queda nadie, todos están muertos” le respondió. Y antes de salir abrazó a su padre.

Allah maeak, le dijo, que Dios te acompañe.